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Siento y pienso, y busco la hoja, y me pongo a escribir. Y no sé muy bien qué voy a decir. No tengo un principio para atraparte, ni un desarrollo que te cautive, y mucho menos, un desenlace deslumbrante. Pienso un segundo, pero hoy sólo quiero dejar que cada palabra que sigue salga de la birome como si viniera de ella y como si ella fuera yo. Negra. Como los pensamientos que me inundan y me impulsan. Y a veces se van.
Siento y pienso, y busco la hoja, y me pongo a escribir. Y no sé muy bien qué voy a decir. No tengo un principio para atraparte, ni un desarrollo que te cautive, y mucho menos, un desenlace deslumbrante. Pienso un segundo, pero hoy sólo quiero dejar que cada palabra que sigue salga de la birome como si viniera de ella y como si ella fuera yo. Negra. Como los pensamientos que me inundan y me impulsan. Y a veces se van.
Estoy sentada en un cantero de cemento. Hay olor a pis humano rancio y la gente, TANTA GENTE, no deja de desfilar, de transitar la vida como si no fuera más que este conjunto de pasarelas que suben y bajan, llenas de cemento, llenos de cemento. Me distraen los niños jugando. Sólo ellos sonríen a pesar de las luces, de la oscuridad, del barro, del frío, del bondi que se van a tomar o del que todavía no llegó.
Hasta hace dos minutos o, bueno, no sé, hasta que empecé a escribir, tenía una mochila re pesada en mi espalda. Tanto que me dolía aunque estuviera sentada (sigo sentada)
Y no estoy diciendo nada nuevo. Me abren los ojos esas luces entre los árboles que hay en la calle de enfrente. Me piden que no deje de mirarlos. Me hipnotizan y me hacen sonreír. Son instantes en los que me voy al fondo más profundo, en los que todo se cubre de un filtro negro y a mí se me empieza a nublar la vista. Me mareo y tengo ganas de dormir. Pero no sé si de despertarme algún día.
Y eso me da ganas de sonreír. Me causa gracia mi desgracia que no es desgracia. A veces siento que me voy a volver loca, si es que todavía no lo estoy.
¿Dónde están los ideales cuando nadie nos entiende? ¿Qué es un sueño si la mochila que te pesa los otros la patean? ¿Tengo que esperar algo? Debe ser el momento para darme cuenta de que estoy sola, de que si lo hago, es por mí. ¡NO QUIERO MÁS PALABRAS DIFÍCILES! No te encuentro entre mis razonamientos. ¿Y si no es la razón? No me da vergüenza decir que no lo sé. No me preocupa cambiar de opinión. Me exploro y me cuestiono. Me Me Me Me. Tendría que dejar de hablar de mí. ¿Cómo? Si es de mí que salen estas palabras.
Las luces se van o mis ojos se nublan cada vez más, pero sigo volcando frases incoherentes. Hay sonidos que me van despertando la mente.
“No puede volver a dormir tranquilo aquel que alguna vez abrió los ojos”. O algo parecido decía una frase que me comentaron hace poco.
¿Vos abriste los ojos?
No importa. Hoy me estoy escribiendo a mí. A mi yo más presente. No es una carta, es una mirada.
Si me miro…posta, si me detengo un instante a mirarme, me admiro. Pero no sé si por lo que soy o por todo eso que me rodea y logré no ser.
Pero me di cuenta de que puedo ser lo que yo quiera, que no hay barreras, nada que atravesar. Hay que abrirse. Hay que probar.
Pero hay gente que espera cosas de uno. Y sobre todo, que no espera nada. Y espera que no seas nada. Y no te cree que podés y a veces hasta no te deja que vos mismo lo creas.
Hay mundos en los que todo es posible. Si ese mundo es el que está en mí (sí, hoy es ése), ¿por qué me dejo atravesar por las miradas incrédulas de esos que no me esperan, no me desafían?
No me endulza tu grandeza si no sabés compartirla ni enseñarla. Me empalaga tu “nunca cambies”. Ser grande es mucho más que hacer bien las cosas. Es aprender que uno siempre puede hacer bien las cosas. Porque hacerlas bien es simplemente hacerlas.
Basta de palabras inconclusas, sin fundamento. Volemos y probemos todo lo que queremos probar. Juntemos el valor para permitirnos errar. ¿Trillado? Más trillado es hacer algo perfecto por hacerlo igual a los demás.
En mi más profunda oscuridad, en una ebullición que podría reventar y envenenar todo a mi alrededor, elijo sonreír. Subo y bajo la pasarela, la escalinata. ¿Quién decide cuál es mi altura?
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