viernes

que te vayas cada vez


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Qué caprichosas estas baldosas que parecen moverse voluntariamente para cruzarte en mi camino. Son caprichosos tus ojos que se paran ahí frente a los míos, sin pestañar. El capricho de tu sonrisa que se asoma y me quiere llevar a viajar. Capricho el de tus palabras tranquilas reposadas en el bienestar, transmisoras de igualdad, que me vienen a inundar.
El tiempo es caprichoso, que no quiere volver atrás y no me deja respirar.
Puro capricho en tu abrazo que se va, siempre se va. A él espero en cada encuentro. Ese instante final en el que por una milésima de segundo o incluso menos, o tal vez más,
se desatoran las gargantas atascadas,
se olvidan las palabras que no nos animamos a decir,
perdemos el enrosque de las mentes sobre lo que podemos y lo que no,
se vuelve todo aire
en tu mano que se apoya en mi espalda,
en mi brazo que envuelve tu hombro,
en nuestros ojos que no se animan a cruzarse pero que se ven de reojo y sonriendo,
en el suspiro interno que se produce cuando nuestros pechos chocan;
y se tranquilizan,
sabiéndose presentes, ausentes, nostálgicos, pacientes.

Y es siempre el mismo camino a casa, pero puedo elegir cómo mirarlo. Vacío de almas y lleno de miedos, o envuelto en la calma de los ojos abiertos, de saber cómo son las cosas y aprender a sentir sin esperar ni de vos de mí una nueva forma de existir. Y si algo puedo darte,
que sea la franqueza de no decir ya nada más,
que sea la tristeza transformada en despertar,
que sea la certeza de querernos más allá, de quererte sin estar,
que sea la enseñanza del amor y la libertad,
para vos y para mí.
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palabras que suman