sábado

nuestra tierra, nuestra cuestión

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Como si nos quisiera callar, como si nos quisiera arrollar, como si nos quisiera dividir, pasaba, sonaba, separaba, molestaba cada 7, 10 ó 15 minutos.

Nosotros discutíamos la cuestión.

Y la cuestión traspasa los ideales, destruye las ideologías y una las sensaciones. Inhumanidad e ilegalidad. Esa que tanto nos reclaman a veces, de la que somos tan portadores, casi siempre, sólo por la juventud de ideas.

La cuestión no tiene forma ni tiene fondo, porque tiene una sola cara. Muchos ángulos, muchos recovecos. Pero una sola cara. La cara de la represesión, el ángulo de la libertad, el recoveco de la igualdad en la diferencia.

La cuestión es que somos seres humanos, somos seres vivientes, y somos seres amantes. No es el abrigo de un universo. Es la aceptación de un límite que no podemos combatir, y que sólo vamos a bajar si aprendemos a escuchar, si nos dejamos sentir, se nos permitimos compartir.

Es un eslabón más que se rompió en la cadena de una maquinaria que ya perdió un montón cuando logramos escaparnos. Y es así, eslabón por eslabón, conquista por conquista, que el corazón mecánico va a dejar de funcionar.

Porque ellos no sienten, ellos no escuchan y ellos no comparten. Un ataque general no puede destruir tanto egocentrismo unido, porque cada blanco es igual de insensible que el de al lado y se potencian en su defensa. Porque no van a entrar en razón, pero pueden entrar en ficción.

Porque somos nosotros los portadores de la libertad, los defensores de la tierra. Y la lucha empieza por sernos fieles a nosotros mismos.

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miércoles

pendiente



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Era el silencio compartido. Ese instante de conexión, mientras esperábamos sentados un final que no queríamos, de un relato que ni siquiera había empezado.

Te escuchaba sin sonido mientras hablabas de los colores del techo, del por qué de las elecciones, del recuento de momentos. Me llenabas con tu mirada transparente y tu sonrisa entregada, mientras vomitaba palabras sin pensar, que tomaban sentido en tus oídos.

Transitábamos la quietud de un momento eterno, de un segundo efímero, de un espacio nuevo, nuestro. Nos guardábamos el beso, porque teníamos el silencio. Nos mirábamos sin miedo, porque la luna, y su luz cómplice, nos dejaban expresar, nos sacaban de lo externo, no espiaban nuestro tiempo.

Con tu pelo desordenado, tu cuerpo dolorido y tus manos trabajadas. Sentado frente a mí, acostado frente a mí, parado frente a mí.

Me invitaste a otra realidad. Y te seguí sin preguntar.

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